lunes, 24 de enero de 2011

A mi "Gringa": Cuídanos desde arriba.

Mi familia paterna tiene dos grandes pilares, sobre el que recostamos de alguna manera mucho de nuestras fuerzas. Creo que en casi toda familia promedio sucede lo mismo. Mis abuelos son en este sentido, la referencia más venerable al alcance de mi memoria.
El sábado 22 de enero de este año partió, a lo que llamamos el viaje sin retorno, mi amada abuela Alicia, de una manera tan pacífica como llevó su vida, tal como la recuerdo desde que tengo uso de razón. Ha sido definitivamente el hito que más nos marca a sus hermanos,hijos y nietos como familia y como individuos.

Podría escribir una y mil anécdotas con ella, de su forma de ser, de ver las cosas, de su afición a los juegos de cartas, de su simpatía por el Sporting Cristal, de lo hincha que era del vóley, de su extraordinario sentido del humor y de su incansable devoción católica.
Puedo decir por ejemplo que no fue una señora seria, ni común y corriente, era más bien una niña en el cuerpo de una anciana, al menos yo la recuerdo desde siempre así, viejita y con una tos asmática que nunca la dejó.  
Pero su espíritu libre no le permitía ser una señora del montón. No. Ninguna abuela que yo sepa es tan desvinculada de las formas y le dice a su nieto: “Ay hijito, no seas cojudo pues, cómo me vas a ganar en ocho locos, si yo he sido jefa”. Y provocaba una risa cómplice entre los dos, una risa que era sincera y de mucha, mucha cacha. Porque eso era también mi abuela, era cachosísima, y siempre ubicaba la frase o palabra precisa para  dejar graciosamente mal parado a cualquiera de nosotros. Todos siempre reíamos con sus ocurrencias, y esa herencia la llevamos todos nosotros, si algo de sentido de humor tenemos es herencia neta de ella, de su forma simple de ver las cosas y de siempre preocuparse porque estemos bien, más que bien, de ser felices.

Así la recuerdo y creo que así eligió ella que la recordara: con una sonrisa en los labios, cómplice de alguna broma suya y sobre todo, siendo feliz.

El fin de semana que ha pasado hubo muchos picos emocionales, evidentemente. Tuve la suerte de poder verla ese jueves y viernes, y decirle una vez más, cuánto la amo y ella correspondía con un: “Yo también, hijito”. Y sonreíamos. 

No recuerdo haberme puesto mal, incluso en el velorio estuve muy tranquilo, pensando muchas cosas, viendo la casa, viendo los rincones donde ella solía pasar tardes conmigo jugando a las cartas. Lo recordé casi todo, y no estuve mal. Reflexionando mucho, como corresponde sobre el hecho de que nadie, por más que parezca es eterno y que al final, somos seres humanos y que parte de nuestro perfeccionamiento viene con la muerte.
Llegar al cementerio en Huachipa, un lugar precioso lleno de prado, animales y eso, me hizo pensar que su cuerpo físico estaría en un lugar como se merece. Fue hasta el momento en que llegamos a su lugar designado en que salió mi lado humano y súper sensible. Y eso se complementó más aun con la canción clásica de fondo que se oía en el ambiente: Watermark, de Enya, la cual por cierto estoy oyendo en este momento como una conexión con ese día.
El reverendo dio sus palabras y un pico alto fue cuando el abuelo dio las suyas, y al finalizar, nos dio la espalda y se dirigió a ella: Alicia, vieja, espérame… y sus palabras se diluyeron con el viento, no pude evitarlo, no pude terminar de oírlo, no pude evitar llorar y ahogar un poco la pena.

Hace poco  alguien me enseñó eso: si estás mal, llora, llora mucho, hasta que no puedas más. Pero hazlo sólo una vez. Luego enjuga tus lágrimas y no llores más. Trata siempre de ser feliz. Fue pura lección aplicada a la vida.

El regreso fue, en alguna manera, aliviador para mí, y el atardecer me mostraba un cielo vainilla prendidísimo, curador. Sentí paz de nuevo, y alegría de recordar a mi “gringa” y saber que fue un ser maravilloso que marcó mi vida para siempre.

Mi familia paterna no ha sido muy unida en los últimos años, y reconozco haber sido partícipe de tal situación. Pero no puedo negar que los abrazos, las lágrimas, las condolencias y las muestras de cariño, amor, son sinceras. Demostramos que en una situación así, lo que vale es el fondo, y nuestro fondo no cambió mucho. Mis tíos de más de 45 o 50 años eran como niños y necesitaban de los otros. Creo que esa es la familia, la que está a tu lado sí o sí. No pude evitar dar mi punto de vista, al momento de reunirnos en la casa, y cuando todo era silencio y todos tenían la mirada triste, perdida. Dije algo más o menos así:
 “Hace mucho no nos vemos así, todos juntos. Creo que no deberíamos perder esto. Ya le hemos perdido por mucho tiempo y hoy hemos demostrado que no se fue del todo. Mi deseo es que las cosas sigan así, y sigamos viniendo a esta casa, aunque ella no esté, creo que a ella le hubiera gustado vernos juntos, y felices”.

Al menos intenciones hay, supuestamente nos reuniremos una vez por semana y trataremos de reencontrar una unión perdida hace algún tiempo.

Esa fue la última broma de la abuela: ver que su familia se junte otra vez e intentar vivir felices nuestras vidas.

Mucha gente nos ama y solo desea eso para nosotros, creo que es muy justo al menos intentarlo, no necesariamente cuando se vayan, creo que también es válido en vida.
Ella se suma entonces a una lista personal de gente que quiere eso de mí, y que yo de alguna manera traicioné por una manera inmadura de pensar, pero nunca es tarde. Yo amo a esta gente, en niveles distintos y ellos y ellas merecen que sea digno de lo que han hecho en mi vida y la manera en que impactaron en mi persona. Unas más que otra tal vez, porque debo reconocer, no pensaría de esta forma si hace algunos meses alguien muy especial no me hubiera mostrado esta forma de ver la vida.

Agradezco a mi abuela por todos los años maravillosos que me regaló, y porque nunca probé “arroz con hormigas” más deliciosos( ¡qué tal ocurrencia la tuya! aún hoy me río), por haberme regalado parte de su sentido del humor  y por haber sido la mejor abuela del mundo.

Descansa en paz mi “gringa”, te amo, y mientras me esperas, cuídame mucho ¿si?.

jueves, 13 de enero de 2011

Hojas de enero: Ahí vamos!


Sinceramente, no sé por dónde empezar…y me parece más rico que sea así.
Este espacio nace precisamente de ese tipo de situaciones, en las que sabes que debes empezar todo de nuevo y tienes una idea más o menos general de cómo debe ser, pero no hallas ese punto de partida preciso desde dónde arrancar. Las frases más comunes son: “Cualquier lugar es bueno”, “Mientras empieces no importa por donde lo hagas”, “Sin planes es mejor” etc. Sinceramente, cuando me guié de tan piadosos consejos volví al punto de partida: Ningún lugar.
Eso sí, no me he cansado de siempre empezar de nuevo, reinventarme de alguna forma ha sido un ejercicio inconsciente al que me acostumbré luego de años, pero por algún motivo no encontraba ese punto claro y definido que acompaña toda empresa de este tipo, y claro, puedo responsabilizar a ese hecho mis anteriores fracasos, si es que los puedo llamar así, ya que creo que cada fracaso me hizo más fuerte o menos débil al menos.

Me parece pues, un acto de justicia comenzar este año, esta etapa, este cambio y este blog dándole el lugar que merece a esta primera entrada: un lugar, al menos definido desde donde empezar, con las ansias y el entusiasmo que ello acarrea, como cuando te pones el uniforme el primer día de año escolar y tus cuadernos nuevos huelen a justamente eso: plástico nuevo y útiles de escritorio de estreno.

He decidido entonces que éste Armario sea mi punto de partida, un lugar a donde tal vez pueda refugiarme en momentos duros y a donde pueda encontrar cierto relajo en momentos de paz, un lugar tan único, tan mío y tan lleno de un pasado aleccionador que de tanto bombardearme con ideas de cambio terminó por convencerme que sí vale la pena seguir intentándolo.

Al ritmo de “Me quedo aquí” de Cerati, doy por inaugurado este breve espacio. 
Gracias por tomarte el tiempo de leerlo y responder, al menos mentalmente: ¿Cuántas veces has empezado de cero? Y si han sido varias, ¿Cuáles son tus puntos de partida?.